Por fin el buen tiempo acompañó al rastro en su tercera edición aunque, como viene siendo habitual, el viento tampoco quiso perderse el evento. Parece que existe una total comunión entre rastro y viento que se asemeja mucho a otros «tandems» como circo y lluvia, por ejemplo. No obstante y paulatinamente, el sol hizo acto de presencia con la fuerza de un mes de mayo lleno de luz y color.
35 puestos se instalaron a lo largo del Rasillo de San Francisco que lució sus mejores galas para acoger a los participantes llegados de diferentes localidades riojanas, navarras y vascas. En esta ocasión y para dar cabida a semejante número, se habilitó en su totalidad, un nuevo espacio junto a la cabina telefónica anexa a la zona peatonal. Antigüedades, almonedas, coleccionismo, libros, discos, y un sinfín de manualidades y bisutería de todo tipo, se expusieron para la venta y el deleite de calagurritanos y visitantes.
En esta ocasión y a diferencia de las dos ediciones anteriores, la música en vivo e incansable de las dulzainas compitió, en buena lid, con otra «enlatada» para amerizar la mañana de la mejor manera posible.
La afluencia de público al rastro fue constante e incesante desde primeras horas de la jornada hasta su cierre. Bien es cierto que la celebración, en Calahorra, de otras actividades importantes a las mismas horas, hizo que no se produjera un «llenazo hasta la bandera» como hubiera ocurrido sin ellos. De todos modos, la organización y la práctica totalidad de los vendedores salieron satisfechos del discurrir del rastro. El buen humor y las relaciones existentes entre público y participantes, han sido, son y seguirán siendo inmejorables produciendo un estado positivo en el ambiente.
Ya queda menos para el 10 de junio, día en el que el Rastro volverá a «abrir sus puertas» para gloria de la zona más histórica de nuestra ciudad. Mientras tanto, ¡nos seguimos viendo en el casco antiguo!